Milagro
es una mujer cálida, con mirada renegrida y franca y sonrisa cómplice. Mientras
conversamos se desliza etérea entre paredes abarrotadas de bastidores. Su
taller amplio y luminoso es su tranquilo remanso en la ciudad. Allí trabaja en la serie “Cicatrices”
desde hace más de diez años y por momentos cuesta unir esa voz suave y ese
hablar cansino con las palabras severas y punzantes que elije para describir su
escena enunciativa. Es que su obra lastima, nos interpela como sociedad, más
que eso, como especie.
Con
la serie “Cicatrices”, esta artista chilena busca representar la repetición
incansable de ciertas matrices antropológicas que nos atraviesan en tanto seres
humanos. “Matrices que no logramos reconocer” dice, “y volvemos a reproducir
exactamente una y mil veces. La
violencia, por ejemplo, aquella que nos
conduce al deseo de exterminio del otro en tanto diferente, es algo que ha
sucedido siempre a lo largo de la historia, es un instinto humano más entre
tantos otros y sin embargo deja las marcas más dolorosas, huellas que no son culturales
ni generacionales pero que no logramos asimilar, no aprendemos de ellas y lejos
de sanarlas las reproducimos incesantemente”.
Su propuesta no se nos presenta como una actividad discursiva compensadora, no es su objetivo brindar soluciones fantásticas a las contradicciones e injusticias dela humanidad. En
palabras del antropólogo Claude Levi-Strauss, no busca ser una mediación imaginaria. Lejos de ello,
“Cicatrices” repone desde un recorrido occidental y con una lectura actual
aquello que el filósofo Mircea Eliade ha denominado en su investigación de las
comunidades “primitivas”, el mito del
eterno retorno, en el que define nuestros actos como mera repetición arquetípica
de hechos primordiales que existieron desde siempre. De esta manera, nuestra vida sería una especie
de recreación ininterrumpida de gestas ya inauguradas por otros.
Su propuesta no se nos presenta como una actividad discursiva compensadora, no es su objetivo brindar soluciones fantásticas a las contradicciones e injusticias de
“En mi trabajo se pone necesariamente
en juego una percepción que no es la simple mirada. Es una obra para ser tocada”, asegura Torreblanca, “bastaría
con cerrar incluso los ojos y rozarla, poner la palma de la mano y sentir
el filo latente de las puntas de los elementos con los que trabajo. Creo que
este sentido del tacto es fundamental para entender todo el concepto de mi
obra”, y añade: “El elemento utilizado tiene una carga simbólica que es esencial, tanto como la palabra o la forma. No es lo mismo
escribir con tinta GATILLO FÁCIL que hacerlo con clavos o alfileres”, dice. Por
su parte, la instancia retórica es resuelta a través de los ejes luz/sombra, presencia/ausencia
y temporal/atemporal. Las sombras proyectadas, aunque parecen dibujadas,
construyen una realidad más, quizás las más contingente.
Dentro de la misma
serie, Milagro desarrolla actualmente un nuevo proyecto, diseñar la palabra SUDACA con
cuchillos, esta vez clavados en la tela desde el frente a modo de puñal, instancia
retórica definitivamente efectiva. Al respecto, explica que hace meses busca el
cuchillo justo para enterrar en su obra e indaga acerca de la forma, la
escala, el material, la punta, los dientes y el tipo de hoja entre otras muchas
variables. “Como necesito gran cantidad de elementos, algunas personas me han sugerido
que utilice cuchillos de plástico. Obviamente esa posibilidad es
impensable. Los cuchillos de utilería no tienen alma”, concluye con esa sonrisa tan suya.
Los
trabajos de la serie interpelan al espectador. La inminencia de la herida está latente. No es una obra amable. Es un
trabajo fuerte con un concepto severo e hiriente. Cuidadosamente ha
seleccionado frases poderosas con un sólido anclaje social, cristalizadas hasta
llegar a pertenecer a una memoria colectiva diacrónica y sincrónicamente
transcultural. A su vez, centenares de clavos o alfileres elegidos
minuciosamente por su inherente agresividad son clavados desde atrás del
bastidor con la intención de activar los sentidos del visitante incrédulo.
Tocar las obras de esta serie es ponerse en riesgo, es sentirse desamparado.
Imposible
escapar a nuestro destino, verdugos de nuestra propia muerte. La obra nos ha
enjaulado y a nuestro lado se ha sentado la violencia, la que impartimos, la que padecemos. No podemos escapar. La artista se sabe parte,
elije hacerse cargo y trabajar con eso. Lo lleva al plano y lo visibiliza
crudamente, el homo sacer, el hombre sacrificable, que asiste con placer estético a su propio exterminio es invitado
gentilmente por Milagro Torreblanca a reflexionar sobre su propio destino.
Bienvenido sea.
Publicado en: Arte al Límite revista
No hay comentarios:
Publicar un comentario