EL KIOSKO de arte

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lunes, 7 de julio de 2014

Atravesados por la violencia

Milagro es una mujer cálida, con mirada renegrida y franca y sonrisa cómplice. Mientras conversamos se desliza etérea entre paredes abarrotadas de bastidores. Su taller amplio y luminoso es su tranquilo remanso  en la ciudad. Allí trabaja en la serie “Cicatrices” desde hace más de diez años y por momentos cuesta unir esa voz suave y ese hablar cansino con las palabras severas y punzantes que elije para describir su escena enunciativa. Es que su obra lastima, nos interpela como sociedad, más que eso, como especie.
Con la serie “Cicatrices”, esta artista chilena busca representar la repetición incansable de ciertas matrices antropológicas que nos atraviesan en tanto seres humanos. “Matrices que no logramos reconocer” dice, “y volvemos a reproducir exactamente una y mil veces.  La violencia, por ejemplo, aquella que nos  conduce al deseo de exterminio del otro en tanto diferente, es algo que ha sucedido siempre a lo largo de la historia, es un instinto humano más entre tantos otros y sin embargo deja las marcas más dolorosas, huellas que no son culturales ni generacionales pero que no logramos asimilar, no aprendemos de ellas y lejos de sanarlas las reproducimos incesantemente”.


Su propuesta no se nos presenta como una actividad discursiva compensadora, no es su objetivo brindar soluciones fantásticas a las contradicciones e injusticias de la humanidad. En palabras del antropólogo Claude Levi-Strauss, no busca ser una mediación imaginaria. Lejos de ello, “Cicatrices” repone desde un recorrido occidental y con una lectura actual aquello que el filósofo Mircea Eliade ha denominado en su investigación de las comunidades “primitivas”, el mito del eterno retorno, en el que define nuestros actos como mera repetición arquetípica de hechos primordiales que existieron desde siempre.  De esta manera, nuestra vida sería una especie de recreación ininterrumpida de gestas ya inauguradas por otros.
“En mi trabajo se pone necesariamente en juego una percepción que no es la simple mirada. Es una obra para ser tocada”, asegura Torreblanca, “bastaría con cerrar incluso los ojos y  rozarla, poner la palma de la mano y sentir el filo latente de las puntas de los elementos con los que trabajo. Creo que este sentido del tacto es fundamental para entender todo el concepto de mi obra”, y añade: “El elemento utilizado tiene una carga simbólica que es esencial, tanto como la palabra o la forma. No es lo mismo escribir con tinta GATILLO FÁCIL que hacerlo con clavos o alfileres”, dice. Por su parte, la instancia retórica es resuelta a través de los ejes luz/sombra, presencia/ausencia y temporal/atemporal. Las sombras proyectadas, aunque parecen dibujadas, construyen una realidad más, quizás las más contingente.


Dentro de la misma serie, Milagro desarrolla actualmente un nuevo proyecto, diseñar la palabra SUDACA con cuchillos, esta vez clavados en la tela desde el frente a modo de puñal, instancia retórica definitivamente efectiva. Al respecto, explica que hace meses busca el cuchillo justo para enterrar en su obra e indaga acerca de la forma,  la escala, el material, la punta, los dientes y el tipo de hoja entre otras muchas variables. “Como necesito gran cantidad de elementos, algunas personas me han sugerido que utilice cuchillos de  plástico. Obviamente esa posibilidad es impensable. Los cuchillos de utilería no tienen alma”, concluye con esa sonrisa tan suya.
Los trabajos de la serie interpelan al espectador. La inminencia de la  herida  está latente. No es una obra amable. Es un trabajo fuerte con un concepto severo e hiriente. Cuidadosamente ha seleccionado frases poderosas con un sólido anclaje social, cristalizadas hasta llegar a pertenecer a una memoria colectiva diacrónica y sincrónicamente transcultural. A su vez, centenares de clavos o alfileres elegidos minuciosamente por su inherente agresividad son clavados desde atrás del bastidor con la intención de activar los sentidos del visitante incrédulo. Tocar las obras de esta serie es ponerse en riesgo, es sentirse desamparado.
Imposible escapar a nuestro destino, verdugos de nuestra propia muerte. La obra nos ha enjaulado y a nuestro lado se ha sentado la violencia,  la que impartimos,  la que padecemos.  No podemos escapar. La artista se sabe parte, elije hacerse cargo y trabajar con eso. Lo lleva al plano y lo visibiliza crudamente,  el homo sacer, el hombre sacrificable, que asiste con placer estético a su propio exterminio es invitado gentilmente por Milagro Torreblanca a reflexionar sobre su propio destino. Bienvenido sea.

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